Impertérrito
Don Antonio. No necesita que nadie le cuente de heladuras del corazón. Tampoco
que le hablen de un país que se desangra sin necesidad de rozarse con las
cuchillas dispuestas para que se corten otros, soñadores de un mañana
inexistente.
Del
ni conmigo ni sin mí volvemos al conmigo o contra mí. Aquella bandera que por
un momento era de todos se convierte de nuevo en el viejo trapo desempolvado del
que algunos se apropian para darle el uso que critican en otros, exhibidores
también de sus viejos trapos.
Desterrada
la empatía, se hipoteca el presente y se niega el futuro. No ha de extrañar que
algunos se obstinen en mirar al pasado y que otros sucumban ante la reescritura
de la historia. Y muchos menos que se aviven los anhelos de dibujar las líneas
que alejan y borrar las miradas que precedían al entendimiento.
A
fin de cuentas la mirada hacia atrás no es más que la pauta que establece el
retroceso de los pasos, para desandar el camino y lo que es peor, para cometer
los mismos o parecidos errores.
En
contra se vivía mejor. El credo es sinónimo de convicción. Y la resta se impone
a la suma. Dividir no implica vencer, pero siempre será una garantía para no
avanzar.
Para
qué romper corazones, si se obtiene mayor rédito atentando contra la razón. Trazando
la raya en el suelo para señalar al adversario y manoseando hasta la obscenidad
el lenguaje para disfrazar las miserias propias y ensalzar las ajenas. Piruetas
para volver la vida del revés, lo negro en blanco y lo blanco en negro.
Las
dos Españas Don Antonio, para el españolito de a pie. Hielo y desesperanza en el corazón.
Imagen: Escultura de Antonio Machado, ubicada en la calle San Pablo de Baeza (Jaén).
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